El Mito del Salario

Artículo de opinión

Samuel Sánchez

"El mito del salario": ¿Quién paga a quién? La generación y la extracción de la plusvalía: quién produce la riqueza y quién se la apropia.

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Entre otras acepciones, el diccionario de la RAE define al salario como “cantidad de dinero con que se retribuye a los trabajadores por cuenta ajena”. Si bien esta definición, tomada en su literalidad, es precisa, evoca al hablante una noción errónea sobre la naturaleza del salario: que es el empresario el sujeto del que emana el dinero con el que se retribuye al trabajador o, dicho más sencillamente, que es “quien paga”.

Cierto es que el empresario (directamente o por medio de algún subalterno) es quien entrega al trabajador la cantidad monetaria conocida como “salario”, ya sea en efectivo, cheque, ingreso en cuenta o la forma que fuere y también es cierto que en algún momento el dinero pasó por su mano o cuenta corriente; pero interviene un factor que suele pasar desapercibido para la mayoría de la gente, relativo al origen de ese dinero. 

Cuando un empresario contrata (de derecho o de facto) a un trabajador, lo hace por una sencilla razón: sabe que, salvo error subsanable mediante despido fulminante, su incorporación a la plantilla le va a resultar rentable, puesto que la lógica de todo negocio es la obtención de beneficios. Dicho de otra forma, el empresario sabe que su cuenta va a engrosarse gracias a la producción que la fuerza del trabajador va a generar.

Como bien señala Ruy Mauro Marini, “la fase de producción tiene la característica de ser un proceso de valorización, es decir, de creación de valor nuevo. La fuerza de trabajo, actuando sobre los medios de producción, no solo transfiere a las mercancías que elabora el valor contenido en estos, (…), sino que crea un valor nuevo que, por un lado, repone el valor equivalente que se le ha pagado (…), y por otro arroja un valor excedente, un remanente”, al que se conoce, en el término técnico popularizado por Karl Marx, como “plusvalía”.

Un mechón de lana en una oveja no tendrá valor alguno sin la labor del ganadero que críe al animal, del esquilador que la retire del mismo, del transportista que la traslade al telar y del tejedor que la transforme en una prenda de ropa.

Un mechón de lana en una oveja no tendrá valor alguno sin la labor del ganadero que críe al animal, del esquilador que la retire del mismo, del transportista que la traslade al telar y del tejedor que la transforme en una prenda de ropa. A ello podemos añadir el trabajo del dependiente de la tienda en que se vende al público. Lógicamente, ninguno de estos trabajadores puede sustentarse solo con lana, de manera que, para acudir al mercado a adquirir los bienes y servicios que necesiten, han de vender el producto por un precio superior a aquel por el que la percibieron: el ganadero, de lo que le costó criar a la oveja; el transportista, de lo que le costó el combustible, etc. A raíz de esto, como bien señala Karl Marx, surge “la ilusión de que la plusvalía brota de un recargo nominal de precios, o sea de un privilegio que permite al vendedor vender la mercancía por más de lo que vale”.

Si cada uno de estos trabajadores opera por su propia cuenta, ellos serán los que percibirán la totalidad de las plusvalías que engendren; sin embargo, cuando media un empresario en el proceso productivo, no solo esto no ocurre, sino que, puesto que este actúa en calidad de dueño de los medios de producción (sin los cuales no podría llevarse a cabo) y los trabajadores laboran a sus órdenes, se construye la ficción de que es quien genera la plusvalía. Hay que tener presente que la propiedad de los medios le otorga la potestad para realizar la distribución de los citados remanentes, siendo de general conocimiento lo que suele hacer quien “parte y reparte”.

Aun contando con que el empresario realice algún tipo de trabajo, la cantidad económica que perciba siempre será superior a la que produzca, pues de lo contrario, de nada le serviría contar con trabajadores, puesto que no le resultarían rentables. Por tanto, y volviendo al privilegio que, como vendedor (u oferente de servicios), se le presupone al empresario, la ficción de que este es quien genera el capital se asienta, según Marx, sobre “la existencia de una clase que compra sin vender, o, lo que es lo mismo, que consume sin producir”, dado que, efectivamente, el empresario consumirá y adquirirá bienes y servicios de otras empresas con el beneficio que ha obtenido sin trabajarlo.

La ilusión que crean esas formas de remuneración del capital, en cuanto a que pudieran darse procesos de valorización que no pasaran por la producción, se esfuma tan pronto consideremos un caso concreto cualquiera.

Ruy Mauro Marini

Sin embargo, y como nuevamente afirma Ruy Mauro Marini, “la ilusión que crean esas formas de remuneración del capital, en cuanto a que pudieran darse procesos de valorización que no pasaran por la producción, se esfuma tan pronto consideremos un caso concreto cualquiera”.

Así, ejemplificando con una empresa corriente, como un taller mecánico, supongamos que un trabajador genera con sus reparaciones una cantidad económica para la empresa, descontados impuestos, cotizaciones e insumos, de 6.000 soles. Sin embargo, el salario que percibe es de 3.000 soles, de manera que queda en la empresa un remanente de otros 3.000 soles, que constituirá el beneficio del empresario. Es sencillo deducir que la cantidad de jornadas necesarias para cubrir la cantidad que percibe el trabajador es la equivalente a medio mes, de modo que, por lógica, el resto del tiempo de trabajo no se encuentra remunerado para él.

Por ninguna mente empresarial pasaría la posibilidad de ahorrar a los clientes los 3.000 soles de excedente; pero tampoco pasará por la mente de ningún cliente la idea de llevar su auto al taller y pagar por la sola presencia en él de su dueño o por satisfacer alegremente su ánimo de lucro: el cliente acude al taller porque necesita recibir el servicio de reparaciones, que solo va a ser prestado por los trabajadores. Es más, decidirá acudir a un taller y no a otro por su convicción de que el servicio recibido presentará el grado de calidad más adecuado a sus posibilidades económicas: es por tanto el resultado del trabajo la única fuente de creación de valor añadido. 

En resumidas cuentas, el salario no es sino la fracción de la producción del obrero que el empresario ha decidido unilateralmente no retener para sí. Puesto que el empresario es el dueño de los medios de producción y que el obrero no posee otra posibilidad para sustentarse que vender su fuerza de trabajo, el medio mes no remunerado al que se hacía referencia, constituye el precio que el trabajador apoquina al empresario por permitirle usar sus herramientas y poder realizar así tal operación de venta, de la cual, a la postre, este último resulta el único beneficiario, puesto que recibirá gracias a él el fruto de un trabajo que no ha realizado personalmente.

A ello hay que agregar que esta dinámica de extracción de plusvalías se repite con todos y cada uno de los operarios de la empresa, por lo que al final de cada mes el empresario acumulará para sí el fruto de las horas trabajadas no remuneradas correspondientes a todos ellos.

Es por tanto el trabajador quien se paga a sí mismo y quien paga al empresario y no a la inversa: queda desmontado el mito del salario.

Dado que son los empresarios los que, discrecionalmente, deciden qué porción van a cobrar y que la lógica neoliberal dicta que la máxima posible, ello se traduce en un sistemático y crónico empobrecimiento de la clase trabajadora. Los Estados utilizan para paliar tal deficiencia mecanismos como la imposición de salarios mínimos y su más o menos continuo incremento cuantitativo. Sin embargo, esta política suele ser ineficaz por su insuficiencia, ya que la rápida reacción del empresariado ante la subida de salarios suele ser el alza de los precios de venta para compensar la pérdida de poder relativo que le supone entregar una porción mayor de su pastel a los trabajadores. Volviendo al ejemplo del taller, si ahora los trabajadores van a percibir 3.500 soles, el empresario elevará los precios (cuando no también la jornada laboral) para procurar que la labor del trabajador aporte, al menos, 7.000 soles. Como el proceso se repetirá en todas las empresas, la subida salarial quedará fulminada en la práctica, puesto que el poder adquisitivo del trabajador, con suerte, seguirá siendo el mismo.

Una medida por la que podrían optar los Estados, que no es ni mucho menos definitiva ni milagrosa, pero que sí podría resultar un notorio paliativo, sería introducir la imposición de unos porcentajes mínimos de participación de los trabajadores en los beneficios de la empresa, que se percibirán aparte del salario habitual (también prestablecido legalmente y mejorable por convenio colectivo y contrato), y que se irán acrecentando conforme aumenten en cantidad neta los citados beneficios.

Para su correcta aplicación, esta medida debería ser acompañada por un sistema de control de precios, que fijase unos mínimos y máximos, que impidiese a los empresarios invalidar el crecimiento del poder adquisitivo de los trabajadores mediante la provocación de la inflación.

 

 


Bibliografía:

  • MARX, KARL: “El capital”. Ed. Elejandría, (2014), p. 190 y 191. Versión original publicada en 1867.
  • MAURO MARINI, RUY: “El ciclo del capital en la economía dependiente”. Archivo Chile, Ed. Centro de Estudios Miguel Enríquez, (2003), p. 1 y 2. Versión original publicada en 1979.
  • REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: “Diccionario de la lengua española” 23ª ed. Fuente: https://dle.rae.es/salario Consultada el 12 de noviembre de 2021.

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Una respuesta a “El Mito del Salario”

  1. «Una medida por la que podrían optar los Estados, que no es ni mucho menos definitiva ni milagrosa, pero que sí podría resultar un notorio paliativo, sería introducir la imposición de unos porcentajes mínimos de participación de los trabajadores en los beneficios de la empresa, que se percibirán aparte del salario habitual», ello no vendrían a ser la utilidades? que actualmente las empresas si pagan, o haces referencia a otro concepto?

    • ¡Hola Luis! Sí, vendrían a ser las utilidades. Es algo que en España, de donde procedo, no se aplica. Un tiempo después de escribir el artículo descubrí, con grata sorpresa, que en Perú sí que existen. La idea sería, aparte del porcentaje mínimo, establecer una cláusula de progresividad: a mayor beneficio neto de la empresa (en términos absolutos), mayor porcentaje de utilidades para los trabajadores.

  2. ¡Hola Luis! Sí, vendrían a ser las utilidades. Es algo que en España, de donde procedo, no se aplica. Un tiempo después de escribir el artículo descubrí, con grata sorpresa, que en Perú sí que existen. La idea sería, aparte del porcentaje mínimo, establecer una cláusula de progresividad: a mayor beneficio neto de la empresa (en términos absolutos), mayor porcentaje de utilidades para los trabajadores.

  3. ¡Hola estimado Luis!
    Sí, vendrían a ser las utilidades. Es algo que en España, de donde procedo, no se aplica. Un tiempo después de escribir el artículo descubrí, con grata sorpresa, que en Perú sí que existen. La idea sería, aparte del porcentaje mínimo, establecer una cláusula de progresividad: a mayor beneficio neto de la empresa (en términos absolutos), mayor porcentaje de utilidades para los trabajadores.

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