¿Por qué deberíamos hablar más de la violencia contra las mujeres?

Artículo de Opinión

Carlos Revoredo

La VCM también muta, se transforma o se camufla entre otras prácticas que antos no existían.

Es tiempo de efectuar una revolución en los modales de las mujeres, tiempo de devolverles su dignidad perdida y hacer que, como parte de la especie humana, trabajen para reformar el mundo mediante su propio cambio”, decía una optimista Mary Wollstonecraft hace más de dos siglos años en una Gran Bretaña previctoriana, cuando en el imaginario de las personas las mujeres eran por naturaleza inferiores al hombre. Esta idea normalizada no solamente era fuente de inequidades de género, sino que constituía una justificación para discriminar, maltratar y violentar a las mujeres por su condición de tal.

En la actualidad, la violencia contra las mujeres (VCM) sigue siendo una problemática extendida, con consecuencias severas y reprobable s. El origen, sigue siendo el mismo: relaciones de poder desiguales entre hombres y mujeres. No obstante, es inconcebible no pensar en que cuánto y qué ha cambiado en torno a la VCM desde hace más de doscientos años hasta el día de hoy.

La VCM pasó de constituir un fenómeno que no trascendía de la esfera familiar, a uno que se aborda ampliamente desde distintos sectores. Sin embargo, pese a que ha ganado mayor notoriedad en el ámbito público como en las agendas de los gobiernos, organismos multilaterales, entre otros, no necesariamente significa que se esté hablando lo suficiente del tema.

Hablar de VCM no solo es mencionar la cantidad de víctimas y sobrevivientes, o pensar en ello como un fenómeno aislado, ajeno y lejano a nosotros. No solo es hablar de violencia física, sexual o psicológico, es también violencia obstétrica, simbólica, acoso, mansplaining, entre otras. La VCM también muta, se transforma o se camufla entre otras prácticas que en tiempos de Mary Wollstonecraft no existían.

Es inminente entonces reconocer que la amplitud de la VCM va más allá de lo que “comúnmente” conocemos. De hecho, es necesario construir un nuevo “común” que, precisamente, englobe conceptos más recientes y sea consciente de que la violencia también cambia. Este reconocimiento y la posterior construcción de una nueva normalidad ante las distintas formas de VCM debe ejercerse no solo desde el sector público y privado, sino también — y quizás con mucho más vigor — desde la ciudadanía. El rol de esta ha sido fundamental en los últimos años, y sus exigencias legítimas en contra de la violencia por lo general han ocasionado cambios en la percepción que tenemos sobre dicha violencia.

Pese a que la evidencia respecto al efecto causal que tienen los movimientos sociales es aún limitada, recientemente Levy y Mattsson (2021) encontraron que el movimiento #MeToo llevado a cabo en distintos países tuvo un efecto importante en informar delitos sexuales a la policía: las denuncias incrementaron significativamente en un 10%. Este efecto fue persistente inclusive un año después de que comenzara el movimiento. Asimismo, en Estados Unidos de América, el movimiento no solo aumentó las denuncias, sino también los arrestos por agresiones sexuales.

Pero más allá de lo que la poca evidencia causal sugiera, es importante rescatar que en contraposición al aumento de movimientos sociales que buscan visibilizar este problema, también existe la posibilidad de que surjan intentos por deslegitimar la lucha contra la violencia, posibilidad que, de hecho, lentamente está ganando terreno dentro de la discusión pública. Para ello es necesario un Estado fuerte, que no de ningún paso atrás frente a estos intentos por retroceder en lo avanzado, pero también de la misma ciudadanía. Cualquier intento que implique perpetuar las inequidades entre los sexos, siendo la violencia contra las mujeres la más grande de estas, debe ser rechazada.

Además, debemos ser conscientes que, si las situaciones de VCM (y sus intentos por mantener su statu quo) tienen cabida en nuestra cotidianidad, es porque existe un sistema que las sostiene. Ante esto, es fundamental combatirla mediante la educación, pero no solo una que en teoría promueva la equidad de género, sino una en donde explícitamente se pueda hablar de violencia. Y no solo educación entendida como escuelas y universidades, sino como aquel proceso de aprendizaje en cualquier etapa de nuestra vida. ¿Se imaginan no solo hablar de VCM en sexto de primaria, sino también en nuestros espacios laborales, o cuando seamos adultos mayores? Esa sería la forma de efectuar la revolución de la que Mary Wollstonecraft hablaba, involucrarnos todos y todas, de distintas edades y de manera constante en esta lucha, empezando por hablar, hablar y hablar de la violencia contra las mujeres.

Autor

  • Carlos Revoredo

    Bachiller de la carrera de Economía por la Universidad Privada del Norte en Trujillo. Actualmente es analista de datos del Observatorio Regional de la Violencia Contra las Mujeres e Integrantes del Grupo Familiar - La Libertad. Cuenta con experiencia en el sector público, en análisis de datos e investigación referente a migración, desarrollo rural y desigualdades de género. Ha llevado cursos en el BID, PNUD y CEPAL.

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